martes, 15 de septiembre de 2009

La imagen más impopular de Albert Einstein


Con frecuencia, es fácil caer en el estereotipo de que los científicos son seres que viven al margen de la realidad, despojados de todo atributo humano. No obstante, no pueden evitar estar sujetos a los caracteres de la especie humana. Experimentan igualmente los efectos de las alegrías como los de las tristezas.

Hoy hablaremos de la faceta más íntima de Albert Einstein (1879-1955), el genio e icono de la Física por antonomasia.

En 1987 se publicó el primer tomo de los “Einstein Collected Papers”, integrado por un conjunto de 430 cartas que pertenecían a su primera esposa, Mileva Marić (1875-1948), donde salían a relucir facetas del genio que podrían despertar las iras de algunos colectivos feministas o cuando menos causar sorpresa, teniendo en cuenta la imagen idílica y entrañable que nos hemos formado de este científico.

Einstein conoció a Mileva en 1896, coincidiendo con el ingreso del primero en la Escuela Politécnica (“Polytechnicum”) de Zúrich, donde ella era la única mujer que seguía estudios en la sección de matemáticas. Enseguida simpatizaron, y el enamoramiento no tardó en presentarse. Se casaron en 1903 sin el beneplácito de los padres de Einstein, que no veían con buenos ojos que su hijo se casara con una intelectual extranjera mayor que él y encima no perteneciente al pueblo judío.

Si bien al principio Einstein encontró en Mileva un firme apoyo y una confidente (en definitiva, una compañera), la llegada de los hijos y las abstracciones del genio trajeron aparejadas las fricciones y los problemas de convivencia. Einstein declaró en alguna ocasión que en aquella época se agarraba a la ciencia como una vía de escape. Sin embargo, las continuadas confrontaciones alcanzaron su punto álgido, y acabaron separándose en 1914 y divorciándose en 1919.

Del 18 de julio de 1914 data este curioso documento, en el cual Einstein impone una serie de estrictas condiciones para continuar viviendo en el domicilio familiar:

Condiciones.

A. Debes asegurarte
1) que mi ropa, limpia y por lavar, se mantenga en buen orden y arreglada
2) que recibo mis tres comidas de manera regular en ‘mi habitación’
3) que mi habitación y despacho se mantienen siempre limpios, y, en particular, que mi mesa esté dispuesta ‘sólo para mí’

B. Renuncias a todas las relaciones personales conmigo en tanto no sea absolutamente necesario por razones sociales. Específicamente, debes renunciar
1) a que me siente en casa contigo
2) a que salga o viaje contigo

C. En tus relaciones conmigo debes aceptar explícitamente adherirte a los siguientes puntos:
1) No debes esperar de mí intimidad ni reprocharme en forma alguna.
2) Debes desistir inmediatamente de dirigirte a mí si lo pido.
3) Debes abandonar inmediatamente mi habitación o despacho sin protestar si te lo pido.

D. Aceptas no menospreciarme ni de palabra ni mucho menos delante de mis hijos.

Sin duda este pliego de condiciones contrasta notablemente con la imagen de pacifista que la historia nos ha legado en relación a Albert Einstein. Sin embargo, no se trata de emitir juicios apresurados. La convivencia entre dos personas de temperamento difícil con inquietudes intelectuales en ocasiones puede revestir caracteres impopulares, y nadie sabe los extremos a que la desesperación puede conducir a una persona.

Todo esto prueba que los científicos son humanos tanto para lo bueno como para lo malo, que se equivocan y en gran parte de las ocasiones son capaces de remontarse por encima de sus fracasos… Afortunadamente para el progreso de la humanidad.

El edificio de la ciencia es levantado por artífices humanos, y tal vez por eso sea tan atractivo.

Un poquito de búsqueda bibliográfica: ¿Serías capaz de encontrar en algún libro (o navegando por internet) el texto del documento depositado en la Biblioteca Nacional y Universitaria Judía de Jerusalén, acerca del Resumen de las dos teorías de la relatividad de Einstein?

FUENTES CONSULTADAS:

SÁNCHEZ RON, José Manuel, El jardín de Newton, Barcelona, 2001, Crítica, 205-236.

BALIBAR, Françoise, Einstein, el gozo de pensar, Barcelona, 1999, Ediciones B, 23-27.

Julián Esteban Maestre Zapata.

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